Generalmente suponemos que para escuchar a otras personas solamente tenemos que exponernos a lo que dicen: estar con ellas, personal o virtualmente, oír, hacerles preguntas. Pensamos que haciendo eso, ¨el escuchar¨ simplemente va a ocurrir. Hacerlo es importante y necesario, pero no es nunca suficiente. Son frecuentes los comentarios: ¨mis padres no me escuchan¨, ¨mi pareja me escucha pero no me entiende¨, ¨mi jefe o cliente me dice algo pero después dice que no lo interpreté bien¨. Cuando hablamos de incompatibilidad en nuestras relaciones, frecuentemente la escucha está comprometida. Así también, no tener desarrollada la capacidad de escucha para con nuestros hijos puede afectar sensiblemente nuestra relación con ellos, ahora y en el futuro.
La comunicación humana tiene dos facetas: el hablar y el escuchar. Muchos piensan que es más importante el hablar, considerándolo el lado activo de la comunicación, mientras que al escuchar se le considera como pasivo, se da por sentado que lo que escuchamos es lo que nos han dicho y suponemos que lo que decimos es lo que los otros van a escuchar. Por ello, comúnmente no nos preocupamos siquiera de verificar si el sentido que nosotros damos a lo que escuchamos corresponde a aquel que le da la persona que habla. Veremos que el hablar efectivo sólo se logra cuando se da, asimismo, un escuchar efectivo. Existe una brecha crítica en la comunicación entre decir (o hablar) y escuchar, lo que confiere sentido a lo dicho. Podemos concluir que decimos lo que decimos y los demás escuchan lo que escuchan (que bien puede no ser lo mismo). La mayoría de los problemas que enfrentamos en la comunicación surgen del hecho de que las personas no nos damos cuenta de ello.
Escuchar no es oír, escuchar es percibir + interpretar. Lo que diferencia el escuchar del oír es el hecho de que cuando escuchamos, generamos un mundo interpretativo, exclusivamente nuestro. Decimos percibir porque es posible escuchar aunque no haya sonidos. Podemos escuchar los silencios, por ejemplo, cuando pedimos algo, el silencio de la otra persona puede ser interpretado como una negativa. También escuchamos los gestos, las posturas del cuerpo y los movimientos en la medida en que seamos capaces de atribuirles un sentido. En los niños podemos escuchar llantos, expresiones, representaciones. Y cuando ya tienen incorporado el lenguaje verbal, podemos escuchar más allá de las palabras literales que nos dicen. Debemos estar más atentas a sus necesidades, de acuerdo a la etapa del desarrollo infantil en que se encuentren, que a lo que piden. Podemos verificar que su expresión y gestualidad no contradigan lo que dicen en palabras, para poder asegurarnos de que sea un Si o No genuinos y no impuesto. Podemos chequear nuestra escucha con un parafraseo, adecuado a lo que sean capaces de comprender a su edad.
El fenómeno del escuchar implica dos movimientos diferentes. El primero nos saca de nuestra ¨persona¨, de esa forma particular de ser que somos como individuos. Debemos distanciarnos de ¨nosotros mismos¨, de nuestros juicios, nuestras conversaciones internas, de nuestras experiencias pasadas. Para ello debemos hacer nuestro trabajo de autoconocimiento. Como mamás implicaría traer a la conciencia cómo fue nuestra experiencia de niñas, cómo fueron nuestros padres con nosotras. Sanar a la niña interior para que la historia pasada no tiña la forma en que hoy vemos o interpretamos a nuestros hijos. Al hacer esto aceptamos la posibilidad de que existan otras formas particulares de ser, otras personas, diferentes de nosotros. Este segundo movimiento, de apertura, es el que nos permite comprender las acciones de otras personas, comprender a las personas que son diferentes de nosotros: no enjuiciando lo que me dice mientras me habla, no pensando en lo que voy a responder, antes de que termine de hablar. En cambio, estando completamente presente y abierto para la otra persona.
Hay un chiste que refleja irónicamente la interferencia que puede generar nuestra conversación interna, la que tenemos con nosotros mismos, en la comunicación con los demás: a un hombre se le pincha la rueda del coche en plena noche circulando por una carretera solitaria y no tenía un gato para colocar el neumático de auxilio. La casa más próxima que recordaba haber visto, estaba a 10 Kms. Así que se arma de paciencia, y se dirige a ella para solicitar ayuda. Por el camino va pensando, que si sería mejor pedir prestado un gato, que quizás no se fiasen de dejarle pasar para llamar por teléfono, que si podía despertar a un hombre que debía madrugar, o que si podía interrumpirle en un momento íntimo con su mujer. Sigue caminando, y se va calentando el asunto en su cabeza, que si seguramente parecerá una excusa, que debería haberse manchado las manos de grasa para aparentar, que no se van a creer que no lleva teléfono móvil, que sería mejor ofrecerle dinero por el gato de antemano, etc. Cuando por fin llega a la casa, llama al timbre, y le abre la puerta un amable agricultor y le pregunta amablemente: – Buenas noches ¿Qué desea? A lo que contesta nuestro personaje – ¿Sabe lo que le digo? Que se meta el gato donde le quepa.
Ahora que podemos diferenciar la escucha tradicional con esta forma activa de escucha, en las interacciones con nuestros hijos, muchas veces nos sorprenderemos interrumpiendo sus relatos, diciendo al niño qué pasó, cómo pasó, qué debería sentir, qué debió haber hecho, cuál será la consecuencia. Cuando lo advertimos, es momento de parar y no perdernos la oportunidad de escucharlo, saber su versión de los hechos y entender sus razones e interpretaciones. Cuando nos dedicamos a dar ¨sermones¨, los niños suelen ¨apagarnos¨. Si eres la única que toma la voz en las conversaciones, corres el riesgo de quedar hablando sola. En cambio, si dejas que tu hijo se exprese, lo escuchas, y a través de preguntas asertivas lo involucras en las situaciones de su propia vida, lo empoderas a que halle sus propias respuestas, que probablemente le hagan mayor sentido que las que tú, como adulto, le podrías dar. Incluso puedes incluir el llegar a un acuerdo entre ambos de la consecuencia o reparación que tendrán sus actos, cuyo cumplimiento será con mejor disposición de su parte que si fuera impuesto unilateralmente por nosotras.
Teniendo presente este nuevo concepto de escucha, estaremos más atentas a no rechazar sus sentimientos, no censurar el miedo que le da la oscuridad, ni el enojo que le causa no lograr trazar un círculo, o la tristeza porque se le rompa su osito de peluche. Por supuesto que para nosotras ¨no es para tanto, no exageres¨ o ¨no llores, es una tontería¨ ¨hay cosas más graves en la vida¨ pero para ellos es parte importante de su pequeño mundo. Con esos comentarios estamos juzgando como malas esas emociones, básicas y legítimas, que necesitan ser expresadas por ellos y escuchadas por nosotras, ser tenidas en cuenta y no minimizadas. No hay emociones inadecuadas, debemos validarlas. Y en todo caso, enseñarles qué podrían hacer con eso que sienten. Ello nos permitirá crear un vínculo de confianza con nuestros hijos desde pequeños, brindando contención y cariño aunque cometan errores, ya que no son los mimos los que malcrían, sino la falta de límites claros y consistentes.
¨Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a darme consejos, yo interpreto que no escuchaste mi pedido. Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a decirme por qué yo no debería sentirme de esa forma creo que estás metiéndote con mis sentimientos. Cuando te pido que me escuches y tú sientes que tienes que hacer algo para solucionar mi problema pienso que estas errado aunque te parezca extraño. ¡¡¡Escúchame!!! Lo que yo te pido es sólo que me escuches, no tienes que hablar ni hacer nada. Sólo escúchame.¨