Estamos viviendo una era en que la tecnología predomina en todos los ámbitos. Los dispositivos digitales forman parte de la casa y están presentes en muchas acciones dentro de la rutina familiar. Los niños de hoy en día, prácticamente nacen con un objeto tecnológico en sus manos. Desde pequeños adquieren esa familiaridad con objetos como las tablet o los smartphones y se acostumbran a temprana edad a utilizarlos diariamente. En una primera instancia, les llega a través nuestro, los padres. Nos ven usarlos, y muchas veces son los mismos adultos quienes promueven el uso de esta tecnología en sus hijos debido a que logra entretenerlos un largo rato.
Pero ¿sabemos cuál es el impacto que produce la utilización de estos elementos durante la infancia? Podríamos decir que somos la primera generación de padres que criamos niños que nacen en la era digital y debemos aprender a gestionar las denominadas TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación).
Ya sea que nos ubiquemos en cualquier parte, entre los extremos tecnófilo (amante de la tecnología) o tecnofóbico (aversión o rechazo a la tecnología), lo recomendable como padres sería estar al tanto de lo que pasa en el contexto donde se desarrollan nuestros hijos, conocer las nuevas tecnologías para poder educarlos en la sociedad actual, aprovechar sus ventajas, disminuir los riesgos y aprender a convivir con otros que tienen igual o diferente relación con la tecnología.
La atracción tecnológica
Nos preguntamos si es recomendable o no que estén delante de las pantallas (sea de televisión, de tablets, de teléfonos celulares y demás dispositivos tecnológicos), si es dañino para el cerebro o no, si perjudica la atención de nuestros hijos, el rendimiento escolar o las relaciones sociales o familiares.
Hay quienes sostienen que la exposición ante las pantallas, perjudica la atención de los niños, puesto que genera cierta “fascinación”. La atención sostenida es una actitud con cierta apertura ante la realidad, es un modo activo de los seres humanos para poder efectuar preguntas, buscar respuestas, sentirse expectante de lo que vendrá. Se entiende a la fascinación como la contracara de la atención, es decir, es una actitud pasiva, en tanto que cuando se nos presentan estímulos nuevos, quedamos fascinados, como “embobados”. La tecnología es seductora y está pensada para que nos guste. A nivel neurológico se da un incremento de dopamina, centro de placer del cerebro, de las recompensas. Esto también nos pasa a los adultos.
Con respecto a los más chiquitos, el uso de la tecnología interviene en el proceso de construcción de la realidad. Nosotros crecimos en un mundo analógico, orgánico, con pausas, donde se dan los pasos uno a uno, bajo un principio de realidad. En el mundo digital en que nacieron nuestros hijos, en cambio, la velocidad es distinta, es inmediata, todo es posible. Esto se puede ver reflejado en la incapacidad de esperar, en la capacidad de generar posibilidades no realistas, de seguir estereotipos alterados tecnológicamente.
Hasta los 2 años, cuanto más podamos postergar el uso de la tecnología, mejor, y a partir de allí podemos equilibrar su uso con otro tipo de actividades, manualidades, cocina, deportes, el contacto con la naturaleza y con otros materiales, donde pueda aprender los procesos naturales, sus tiempos lineales. Asimismo, hacer un buen uso de la tecnología puede incluir aprovechar las aplicaciones y programas de autoaprendizaje, adaptados a esa edad, que son sumamente intuitivos y educativos.
Entre los 6 a 12 años, están en una etapa del desarrollo con mayor nivel de abstracción y con la mirada hacia el exterior y el deseo de pertenencia al grupo de pares. En esta etapa, en la que suele iniciarse el uso de la conectividad a internet y la interacción con otras personas en línea, hay que estar atentos a tres tipos de riesgos: riesgos de contenido, de contacto y de conducta.
Riesgos de contenido: cuando un niño está expuesto a un contenido no deseado e inapropiado. Esto puede incluir imágenes sexuales, pornográficas y violentas; algunas formas de publicidad; material racista, discriminatorio o de odio; y sitios web que defienden conductas poco saludables o peligrosas, como autolesiones, suicidio y anorexia.
Riesgos de contacto: cuando un niño participa en una comunicación arriesgada, como por ejemplo con un adulto que busca contacto inapropiado o se dirige a un niño para fines sexuales, o con personas que intentan persuadirlo para que participe en conductas poco saludables o peligrosas.
Riesgos de conducta: cuando un niño se comporta de una manera que contribuye a que se produzca un contenido o contacto riesgoso, escribiendo materiales odiosos sobre otros niños o publicando imágenes inapropiadas, incluido el material que ellos mismos produjeron.
Qué podemos hacer? Antes que nada, debemos recordar que nuestros hijos nos observan e imitan, y con la tecnología es lo mismo. Reflexionar cuánto tiempo pasamos nosotros mirando nuestro smartphone mientras estamos con ellos. Entre los 6 y 8 años, les gustará mostrarnos lo que han visto o hasta que nivel de un juego han llegado. Es nuestra oportunidad de sentarnos a su lado y compartir sus avances, a la vez que abordar cuestiones de privacidad, respeto hacia los otros y a sí mismo, reglas de uso de las tecnologías y negociar los límites y consecuencias. Todo ello para que cuando lleguemos a la etapa entre los 9 y 12 años, que ya es probable que tengan su propio móvil o acceso a las redes cuando no estén nosotros, ya tengan buenos hábitos en cuanto a su uso y una relación con nosotros basada en el diálogo y la confianza.
Todos los niños hacen frente a la posibilidad de sufrir daños como resultado de las tecnologías de internet. Pero para la mayoría de los niños, esta posibilidad sigue siendo eso, una posibilidad. Comprender por qué el riesgo se traduce en daño real para ciertos niños, y no para otros, es crucial. Nos abre los ojos a las vulnerabilidades subyacentes en la vida del niño que pueden ponerlo en mayor situación de riesgo, para poder protegerlos mejor, tanto en línea como fuera de línea, y facilitar que disfruten de las oportunidades que surgen al estar conectados en un mundo digital.
Signos de Alarma
Según un informe de Unicef (Niños en un mundo digital, 2017) los niños no son adictos. ¨No hay que descartar las preocupaciones de los padres y los educadores sobre el tiempo excesivo que pasan sus hijos frente a la pantalla, pero es necesario abordarlas en el contexto de muchos otros factores que afectan el bienestar de los niños, y que van desde el funcionamiento familiar y las dinámicas en la escuela hasta la actividad física y la alimentación.¨
No obstante, podemos estar atentos a algunos signos de alarma para trazar una línea entre el uso saludable y el uso perjudicial:
- rabietas o ansiedad cuando no pueden usar los dispositivos digitales o no hay conexión a internet
- abandono de otras aficiones o actividades recreativas y deportivas
- dependencia emocional
- cuando recurren a la mentira o engaño para acceder
- violencia o agresividad para acceder a los dispositivos o cuando ponemos límites a su uso
- debilitamiento de relaciones personales
- trastornos del sueño
- necesidades de estímulos cada vez mayores o más tiempo de uso
Tanto si los niños se benefician o no de la experiencia digital, y en qué medida, son dos factores que tienen mucho que ver con sus puntos de partida. Los niños con relaciones sólidas tienden a utilizar internet para reforzarlas, mientras que los niños que sufren a causa de depresión, estrés o problemas en el hogar pueden encontrar que la experiencia digital agrava sus dificultades existentes. El hecho de no utilizar medios digitales en absoluto, así como el uso excesivo de los medios digitales, suelen tener efectos negativos, mientras que un uso moderado tiene efectos positivos.
Las cuestiones sobre el tiempo que pasan delante de la pantalla los niños conectados, aunque todavía se debaten, son cada vez más obsoletas. No hay un acuerdo claro sobre el momento en que el tiempo empleado con la tecnología digital pasa de ser moderado a ser excesivo, es una cuestión personal que depende de la edad del niño, de sus características individuales y de un contexto vital más amplio.
Para mejorar el bienestar mental de los niños es importante adoptar un enfoque holístico. En lugar de restringir a los niños el uso de los medios digitales, una mediación más atenta y solidaria nuestra, de los padres, facilitará que los niños obtengan de la conectividad el máximo beneficio y el mínimo riesgo, prestando una mayor atención a los contenidos y actividades de las experiencias digitales de nuestros hijos –lo que hacen en línea y por qué– en lugar de remitirse estrictamente a la cantidad de tiempo que pasan frente a la pantalla.